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El 6 de octubre pasado, al concluir un taller de monitoreo de corales en la playa El Chino, decidimos hacer una parada en el arrecife de Salsa Brava. La intención era capturar algunas fotografías del arrecife y visitar ese coral en particular, que siempre merece una visita cuando el mar nos lo permite. Al llegar al lugar, me llevó varios segundos percatarme de su ausencia. Di vueltas alrededor de la roca en repetidas ocasiones hasta que finalmente decidí sumergirme hasta el fondo. Fue entonces cuando lo vi, yacía entre la arena y la roca, que había sido su soporte durante muchos años. El coral cuerno de alce estaba opaco y sin vida. El mar lo acogió en el lecho, donde ahora comienza su proceso de integración con la roca, dejando en los próximos años una silueta de sus astas, como un recordatorio de que en ese lugar habitó un hermoso coral cuerno de alce.

No puedo determinar con certeza cuántas veces lo vi a lo largo de los años, pero sé que fueron muchas. Llevé a muchas personas a conocerlo y en numerosas ocasiones me quedé admirando su grandeza. No estoy segura de si podríamos precisar su edad, pero considerando su considerable tamaño y haciendo un cálculo lógico, tomando en cuenta cuánto crece un coral cuerno de alce por año, podríamos estimar que este coral tenía al menos 100 años.

Ubicado en el arrecife de la ola más famosa del Caribe Sur, Salsa Brava, es el punto donde el mar puede pasar de un oleaje salvaje a las aguas calmadas y caribeñas de octubre, una gran piscina de un azul turquesa brillante. Pasaron meses desde la última vez que visitamos este punto, aunque tampoco fue hace mucho que nadamos cerca de él.

Creo que aquí más de uno/a encontrará alguna anécdota sobre este coral, o recordará su grandeza, o la sensación que provoca al verlo por primera vez; yo puedo en este momento sentirlo como si fuera ayer que lo vi por primera vez. La forma en que el arrecife se comunica con nosotras, la energía del mar, el verlos crecer con los años, en familiarizarnos con ellos, en buscarlos cuando nadamos por sus arrecifes, el admirarlos, el sentir sus heridas, verlos cuando las algas llegan a habitarlos, y verlos morir en el fondo del mar, nos lleva a preguntarnos cómo se crean estas conexiones con estos seres marinos.

Llevo semanas procesando este duelo, la causa de su muerte puede ser variada, y a simple vista, por la forma en que cayó y la integridad de sus astas, puedo pensar que este coral se desprendió de la roca debido al peso, la pendiente y el poco espacio. Sólo dejó un fragmento en un eslabón más abajo de la cresta, y ahí ese fragmento está luchando por sobrevivir. Lo vi aferrarse a la roca, lo vi con sus colores, sanos, con sus pólipos, con sus ganas de ser lo que un día llegó a ser. 

En el 2021 danzamos con él, y su presencia queda inmortalizada en nuestro archivo fotográfico, en los relatos de Tona Ina y en nuestra memoria colectiva como comunidad del mar que somos. Estaremos vigilando el fragmento que permanece aferrado a la roca, y continuaremos visitándolo, como lo hemos hecho a lo largo de tantos años. 

El tributo en vida, el tributo post mortem y lo que aguarda para estos arrecifes es que la resiliencia está unida a la comunidad que los protege.

Foto por Esteban Gallo